Tercera escritura

Tengo miedo de mostrarme vulnerable. De desnudarme ante todos dejando ese miedo paralizador de lado que no me deja SER. Tengo pánico de mostrar quien soy y ese es el precio que debo pagar por mi falta de autenticidad. Vivir con miedo, miedo a la vida, miedo a vivir, miedo a la muerte, miedo a morir, miedo a entrar, miedo a salir, miedo a subir, miedo a bajar, miedo a las cadenas, miedo a la libertad, miedo a dar, miedo a recibir, miedo…siempre el miedo. Como si se hubiera convertido en un aliado fiel que nunca me deja, que no me abandona, que se hace presente ahí cuando la soledad y yo comenzamos a encontrarnos, el miedo aparece y no deja que disfrute ni siquiera de mi propia compañía. Miedo, terror, pavor, susto de que algo malo deba suceder o sucederle a los que me rodean. Como si la fatalidad estaría invitada a la escena y la vida no fuera vida sin ella. 
¡Como si la vida no fuera vida si no estuviera el miedo!, debe de estar de anfitrión en cada paso, en cada decisión, en cada situación, delante de cada persona, en cada gesto que voy a dar o hasta incluso en cada pensamiento…
Se ha convertido en el dueño de mis días, de mis noches, de mis lágrimas y de mis sonrisas, todo en base al miedo…
¿Y si me desnudo?…¿si me voy despojando de cada uno de mis temores?…¿y si los suelto? ¿Qué sería de mi?
Decido entrar en combate, solo me quedo con una espada en la mano desafiante, y le digo: - fuera, no te atrevas a entrar nuevamente, ya no estas invitado, ya no eres bienvenido aquí.
Se niega a salir, resistiéndose, haciendo sorna de mis órdenes. Burlón me inspira al reto, y es allí donde lo ataco enfurecida pero con la táctica inteligente y esgrimidora. Una perfecta espadachina que consigue desmembrarlo, destriparlo y sangra…el muy hijo de puta sangra.
Siento dolor, congoja, algo en mi duele tanto, tanto… 
Queda tirado, jadeante, suplicando que no lo mate del todo, que por favor recuerde aquellos días en donde el me protegía del peligro, en donde erramos amigos, en donde él me había cuidado de cada abismo de locura y como puede, lo veo arrodillarse y en una plegaria casi sin aliento me pide perdón por haberse tomado atribuciones que no le correspondían, por haberse vuelto envidioso, vanidoso e incordial. Me pide perdón casi en un grito desesperado, jurando que si lo dejo vivir volveremos a ser lo que alguna vez fuimos, que él estaba descarriado, que había sido abusivo, que…- cállate- le digo iracunda. Ya no hables.
Comienza a ahogarse en un llanto, sumido en la aflicción con la conciencia de la proximidad de la muerte y no le creo, lo veo solo como la mejor actuación de una víctima que se sabe culpable y que solo pide clemencia para ponerse de pie y sea el quien me de muerte. Desconfío. Sus lágrimas me parecen cínicas y desfachatadas. Lo siento un hipócrita y desvergonzado. 
Entonces me mira muy profundamente a los ojos, casi como me hipnotizara y me dice que se siente apenado, abatido, que no quiere justificar su comportamiento porque se confiesa vil y mezquino.
Lo noto arrepentido y lo veo moribundo, aunque me causa placer verlo derrotado ante mis pies y siento el deseo perverso de empuñar mi estoque y traspasarlo de lado a lado. Verlo morir de una vez para acabar por fin con todo esto. Me imagino la situación. En retirada orgullosa de haber triunfado en la contienda con ese monstruo despreciable y canalla.
Sin embargo una sensación de compasión me invade, de piedad. Algo que hacía mucho que no sentía entra maravillosamente. Ahora son varias sensaciones, danzando y riendo como si hubieran sido liberadas, como si el miedo también hubiera tenido el tupé de hacerlas esclavas de su instinto retorcido. Lo miro, enojada, amenazante, como avisándole que lo lamento pero que este es el fin.
Algo me toma del brazo y me frena, susurrándome al oído:- ¿Ya te olvidaste que has sido tu quien le ha dado todo el poder ? ¿Acaso no recuerdas el día que lo coronaste rey de tu vida? ¿Es que se te perdió en la memoria el instante que fue más cómodo que él fuera, quien tuviera el mando para que vos puedas descansar? ¿No será soberbio matarlo sin misericordia negándote a asumirte en la responsabilidad de tu apatía y tu bien amada pereza?
Tiro con estilo mi acero a un costado, mostrándome audaz, segura, casi arrogante.
Le doy la mano al miedo y lo pongo de pie. Ven amigo,- le digo abrazándolo.- Es hora de que vos y yo pongamos las cosas en su lugar…
Nos miramos cara a cara, frente a frente. Los dos bajamos la guardia, ninguno estaba a la defensiva y dos de las más puras emociones ingresaron en mí: el amor y la fe. Lo miro, compasiva, religiosa, sensible, y le manifiesto:- Te dejare vivir en tanto y en cuanto sea yo quien tome mis decisiones a partir de ahora y tú no tendrás base sobre ello. Solo tendrás derecho de actuar cuando veas que mi vida está en peligro, cuando tengas la certeza absoluta de que si no haces algo yo moriría. Ya no me paralizaras ante la vida, me dejaras ser libre y por nada en el mundo volverás a hacer prisioneras a mis virtudes y cualidades. Me dejaras confiar, amar, reír, soñar, volar. Dejaras que la acción sea participe aun cuando tú te sientas a un lado. Porque hoy mi querido amigo miedo, te daré el lugar que corresponde y será un lugar importante tanto para ti como para mí.
Me dejaras disfrutar de la soledad sin meterte en el medio, prométeme que así y todo, aun cuando te sientas indiferente estarás allí para cuando necesite de tu protección,para cuidarme y velar por mi propia existencia. Hoy te doy la libertad de que puedas transmutar, que puedas mostrarme tu otra cara, tu opuesto. 
Nos dimos la mano y en un gesto caballeresco y honrado él me dijo: Ya no me tengas miedo, se valiente!

Comentarios

Entradas populares