Geminis

Como hable mal de esa tipa, me regocijaba en la crítica destructiva a su persona en todo momento con todas las personas que hablaba y les contaba de ella, que por cierto, fueron muchas. Es que ya no la soportaba, el solo hecho de saber que tenia que verle la cara ya me repugnaba, estaba llena de odio, rencor y todos los sentimientos del diablo, además nunca le desee tanto la muerte a alguien, creo que en verdad nunca antes le había deseado la muerte a otra persona, pero a ella si. Despertaba en mí una obsesión de esas de fuego, en las cuales la cabeza no puede parar un segundo de pensar y llegas a la noche rondando en el mismo círculo vicioso hasta que te caes rendido del cansancio.
Escuchar su voz, sentir el aroma de sus comidas que en algún tiempo me hube deleitado de ellas, ahora me provocaba una suerte de querer desterrarla de este mundo, le deseaba lo peor de lo peor, y lo peor de todo es que todo mi día rondaba en conversaciones mentales (en las cuales muchas veces las hice en voz alta frente al espejo) imaginándome que la tenia enfrente y predecía sus contestaciones o sus preguntas creyendo que conocía del todo su personalidad tosca e ignorante, porque si había gente ignorante en este mundo, una de esas era ella con toda seguridad. Yo siempre me creí superior a ella en cuestión de cultura, mientras ella se informaba todo el santo día de la vida ajena de los artistas yo leía El Aleph, mientras ella comentaba como se había separado tal o cual, o el casamiento del año en la farándula, yo estudiaba Narrativa Argentina. En fin, odiaba eso, odiaba sus estúpidos comentarios, odiaba su voz chillona cada vez que me llamaba de esa forma particular en que lo hacía con un sobrenombre cariñoso pero que sonaba tan falso en ella…
La obsesión era tan grande que ya me despertaba pensando en ella y así pasaban mis días que cada vez se tornaban más insoportables porque toda mi vida se había convertido en ella, solo en ella. La puteaba en voz baja o en voz alta y no me importaba si ella me escuchaba, al fin y al cabo había sido capaz de habérselo dicho en la cara.
Me sentía mal, pero no por tener estos sentimientos sino por tener que estar ahí, porque aceptaba mi parte cruel de humana, la cuestión era tener que compartir un lugar en común, un lugar que yo misma había elegido en un momento de mi vida que me sirvió de escapatoria, pero ahora quería y deseaba escaparme de allí.
Si, irme, y bien lejos, tan lejos que ella no tenga acceso de llegada, quizás otro país, quizás otro planeta. Pero estábamos atadas de por vida, lamentablemente para mi y para ella también porque se que en el fondo ella no me quería, yo si la quise, pero ella se empeño en engendrar todo esto cometiendo actos de atrevimiento y faltas de respeto continuas que según dicen las buenas lenguas eran mas fuerte que ellas.
Quería cambiarla, que fuera otra, tocarla con una varita mágica y que se convierta en otra persona, en otra mujer. Muchas veces logré ver su lado bueno sobre todo cuando no me sentía invadida, porque sabía que tenía un lado bueno, me lo había mostrado, pero en la convivencia se ven siempre las dos caras.
Algunas veces trataba de rendirme y suponía que el camino era aceptarla tal cual era, en esos días todo estaba en calma y el hogar se convertía en hogar dulce hogar, pero en cuanto le detectaba algún defecto nuevamente caía en mi propio abismo. La locura me atrapaba fácilmente y no lograba concentrarme en nada que no sea estar pendiente de cualquiera de sus movimientos, creía que iba a volverme loca, necesitaba algo que me saque toda esta basura que no me dejaba hacer más que perder mi propia autonomía cerebral.
Así fue como lo decidí, una mañana me levante y ella dormía, le golpee la puerta (como ella no lo hacía) y le dije que por favor hagamos las paces, que sin ella no podía vivir, que estaba mal, por dentro se me cruzo ese cliché de mejor tener los enemigos cerca, pero mientras nos abrazábamos llorando las dos saqué de mi retaguardia una cuchilla bien afilada y se la di, se la di tal cual me lo había imaginado, con toda la fuerza, con toda la bronca acumulada que le tenía mientras le susurraba al oído imitándole su voz :
- servite!










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